"Un azote a tiempo es lo que necesita” Es una frase que oímos con frecuencia todavía hoy día. Pero los azotes siempre están de más. ¿Realmente estamos enseñando a nuestro hijo a no pegar a otro niño cuando le decimos, no se pega, al mismo tiempo que le damos un azote? No. El mensaje que él recibe es que ser violento está justificado si se ejerce contra alguien más débil o por una buena causa.
Se dice que un azote a tiempo no
tiene consecuencias, que todos en algún momento hemos recibido alguno y eso no
ha impedido el amor nuestros padres. Pero los castigos, los azotes tienen
graves consecuencias, son innecesarios y no son efectivos a la hora de
conseguir el cambio de conducta que queremos. Un azote a tiempo no
educa ni corrige, es simplemente un desahogo emocional del adulto que lo
propina.
Emplear castigos de forma
habitual sólo tiene efectos negativos. El niño empieza a sentirse “malo”, todo
lo hace mal, incomprendido al recibir un castigo por conductas que no puede
evitar y que si sus padres no toleran las realizará sin que estos se enteren.
El castigo genera muchos sentimientos agresivos del niño hacia sus padres, los
azotes, bofetadas más. No se puede defender porque es más débil y depende de
sus padres que son quienes cuidan y aman. Estos sentimientos agresivos van
a originar fuertes sentimientos de culpa en el niño que van a condicionar toda
su vida adulta. Tener sentimientos agresivos hacia los padres no es tolerado
por nuestro juez interno y esta situación se manifiesta en la vida adulta en
“soy mala persona y no merezco ser feliz”, son el origen de lo que llamamos
baja autoestima, es decir, la persona no se estima. ¿Cómo va a poder quererse
una persona que ni sus propios padres quieren y se lo demuestran continuamente
con castigos?
El castigo es una forma rápida de
solucionar una situación de desacuerdo con el hijo, el efecto sobre la conducta
del niño es sólo temporal, el niño obedecerá en el futuro por miedo pero la
relación padre hijo habrá quedado dañada y la distancia entre ambos será cada
vez mayor.
Los niños no tienen malas
conductas para molestar a los padres. Un niño sano necesita moverse, es curioso
y esa curiosidad a veces le lleva a romper algo, a hacerse daño… Dialogar con
él, hacerle ver que cuando se le niega algo es por las consecuencias negativas
que puede tener para él, es mucho más efectivo que cualquier castigo. Para el
niño sentir que los padres están enfadados y que le han “retirado”
momentáneamente el cariño que le tienen es suficiente castigo y la mejor
motivación para que cambie su actitud. Los padres deben demostrar respeto y
cariño hacia el niño y hacerle saber que el enfado no implica dejar de amarlo.
A pesar de que haya conductas que provoquen el enfado de los padres, el hijo
nunca perderá el amor de éstos. Debe convencerse por sí mismo de que es mucho
mejor hacer caso a lo que sus padres dicen que lo contrario.
Si un niño rompe sus juguetes
tiene que entender que si lo hace así ya no podrá jugar más con ellos, si se
pega con los niños en el parque los
otros niños no querrán jugar con él, si no ayuda a mamá a recoger los juguetes
ella no tendrá tiempo para leerle un cuento…
Los padres deben hacer ver al
niño que saben que está enfadado pero que romper, morder, pegar, no es la forma
de canalizar ese enfado, y no es sólo con discursos, palabras, que el hijo lo
entenderá, sino que además es indispensable el ejemplo de los padres, es mucho más importante
el ejemplo que lo que se le pueda decir.
Con frecuencia acuden a la
consulta padres desesperados por el mal comportamiento de sus hijos a los que
ya les han retirado el móvil, la tablet, el ordenador, se les ha prohibido
salir con los amigos… y que cuando los padres aceptan retirar los castigos y que sea el terapeuta el que haga de intermediario entre padres e hijos de
forma que los padres le cuenten las quejas sobre el hijo y éste sus quejas
respecto a los padres y además el chico se siente escuchado, la conducta del chico
cambia radicalmente y se llegan a acuerdos entre padres e hijos posibilitando
una buena relación entre ambos.
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